Marcel Schwob y el dilema del corazón

De repente el terror me hunde en la sombra de la desesperación. El piso sobre el que he asentado mi vida se sacude y tambalea mi valor más preciado: la libertad; contra mi voluntad estoy hecho un esclavo. Es injusto, es absurdo, y sinembargo no es una pesadilla: impotente ante el verdugo que no quiere escuchar razones. No es tampoco la muerte, es el umbral con la puerta cerrada. He sido forzado a dejar, sin decir adiós, a los seres queridos, a los amigos y familiares; alejado sin consentimiento del calor del hogar, de la confidencialidad de la alcoba, de la intimidad de la almohada. Estoy lanzado fuera de mi mundo a ninguna parte. Aquí el tiempo es la incertidumbre. Envilecido y humillado busco el refugio en la muerte, y sólo puedo escapar brevemente al sueño e imagino que soy rey en mi casa, y despierto del engaño para habitar la pesadilla de ser, otro día, un despojo del tirano. Las cadenas pesan y el hierro pavonado roe mis huesos. La soledad me obliga ha hacerme amigo del dolor. Siento su calor, me quema, y me gusta que me abrace. Miro ahora al verdugo con simpatía y sospecho que bajo su dura máscara se esconde la dulce sonrisa de un amigo que se esmera por forjar mi espíritu, porque siempre fui muy flojo. Ahora veo las cosas en otra perspectiva, arriba es abajo, lo primero es lo último. Creí que para conquistar el mundo debía partir a conquistar tierras lejanas por la fuerza de mi joven brazo, ahora veo que mi verdadera epopeya esta en el ansía de regresar a casa, a los brazos de mi esposa y mi hijo, sorteando miles de obstáculos que me impiden llegar, más que la vejez y el cansancio. Ya no siento rencor hacia el tirano sino lástima y suplico al cielo que le perdone porque no sabe lo que hace. Ya no temo perder nada porque nada tengo, porque nada soy. Ante la pobreza de mi cuerpo se engrandece mi espíritu, y ya no importa el tiempo, ni el lugar, ni los bienes. Siento que soy infinito, que estoy en todas partes, que soy de siempre, y que encarno a los que sufren, a los que lloran, a los que aguantan hambre, a los que son perseguidos, a los pobres que siempre estarán entre los hombres. Y sólo esto me basta para ser feliz.

Este monólogo no es la parodia a una leyenda griega o a la pasión según Marcos, es una realidad que padecen muchas personas en Colombia bajo cualquier modalidad del secuestro, es la historia de un individuo con nombre y apellido, es la historia de una nación, es el debate del corazón humano entre el terror y la piedad. Este ejercicio de catarsis es además la propuesta literaria de Marcel Schwob en su libro Corazón doble.

Esta singular colección de relatos es un collar de perlas a decir por la sustancia del tema y la brillante exposición, y por su relación en cadena, y no de aparentes fragmentos, representa un camino en etapas para transitar del terror a la piedad, del egoísmo al amor, a través de la historia de seres humanos comunes y silvestres. Con esta obra inaugural, escrita en 1891 cuando el autor cuenta con 24 años, Schwob coloca la literatura en la vieja tradición de la tragedia, en el complejo drama del hombre desgraciado. Modelo que en Colombia no a tenido eco, pero que en Argentina tuvo a Borges y en Méjico a Arreola. Siempre hemos tenido materia narrativa, como lo sustentó Carrasquilla, pero ahora como nunca se desperdicia en drama barato; la mies es mucha pero los obreros son pocos. Hoy más que nunca esperamos al escritor cuya obra revele la dimensión profunda de nuestro drama, y nos permita hacer el ejercicio de purificación que nos saque de este circulo vicioso del terror. Ante la imposibilidad de la verdad que esquivan los estrados judiciales y los medios de comunicación, la literatura en Colombia tiene una tarea para expiar la culpa, con un acto de compasión que nos haga encarnar los sufrimientos de los miserables para alcanzar la reconciliación.


Los relatos de Schwob estan ambientados en todos los lugares de la historia y de la geografía, desde la Roma imperial a la Francia revolucionaria, pero recrean vivamente las situaciones actuales: El espanto de un a niña que elige el infierno, antes que volver a padecer una vida de penas y amarguras apenas sufridas en un segundo ( El zueco). La torpeza del poeta que al interpretar a Platón, confunde fatal e irremediablemente el alma con la voz de la mujer amada (Beatrice). Las trampas de la busqueda del placer (Las puertas del Opio) y las ridículas consecuencias de acoger los discursos de la vanidad (Contra los dientes y El hombre gordo) son algunas de las historias de este medio collar que culmina en una perla entre las perlas: El Dom, donde comprendemos el proceso de transición del terror a la piedad: Si en una ocasión para ejercer la caridad, usted se enfrentara al dilema de salvar de muerte de hambre al más desgraciado de los menesterosos o dar auxilio a una madre para enterrar a su hijo muerto, y si ese hijo es suyo, ¿A quién le tendría mayor compasión para ayudar primero? El ejercicio de la caridad suele estar contagiado de vanidad, y para algunos capitalistas representa una ventaja económica. En Colombia nos suele conmover los dramas espectaculares que pregonan los medios de comunicación, especialmente si hay un personaje importante, pero los más dignos de misericordia siguen olvidados y callan su drama.
La segunda parte del volumen, La leyenda de los mendigos es un ejercicio de catarsis que el lector debe enfrentar con devoción.

Para quien quiera deleitarse con la gracia poética y la gustosa melancolía de su prosa, les remito a la sutil narración de La cruzada de los niños y a las esencias griegas de Mimos. Sobre los veintidos nombres y profesiones de Vidas Imaginarias no alcanzan aquí las palabras. Y para quienes anden confundidos, todos en este tiempo lo estamos, y quieran indagar sobre lo que significa ser poeta y cuál el sentido del arte, es obligada la lectura de Espicilegio.