Stevenson y el coraje de vivir

Asi como la tuberculosis lo lanzó en busca del sol de climas cálidos y el amor lo embarcó a América en busca de la mujer prometida, también la literatura fué otra aventura para Stevenson donde dar cuenta que la razón del hombre es enfrentar un combate contra las fuerzas que se oponen a la felicidad. Así lo muestra en los diferentes escenarios y circunstancias: En los mares del caribe enfrentando crueles piratas tras la Isla del tesoro, en un Londres miliunochesco de Las Nuevas noches árabes enfrentando sofisticados criminales y en calles brumosas enfrentando el peor enemigo, el otro yo, como El extraño caso del doctor Jekill y Mr. Hyde. De esas historias a más de la imagen de los villanos nos queda en la memoria la nobleza y enteresa de su héroes Jim Hawkins y el doctor Livesey, el principe Florizel de Bohemia y su fiel coronel Geraldine.

En los ensayos de Virginibus Puerisque, Stevenson persiste en su posición de hacer de la vida una aventura digna de un héroe y enfrenta los ideales de la juventud contra las viejas posiciones y opiniones de la clase dominante.

Contra un mundo que cifra sus aspiraciones en la posesión del oro y la riqueza económica, Stevenson contrapone El Dorado como una leyenda donde la verdadera riqueza radica en los ideales inalcanzables, en tener siempre un lugar por conquistar sin más afán que el premio que da el disfrutar del viaje. Las conquistas que terminan en posesiones terminan por esclavizar al conquistador.

A la concepción del trabajo como competencia y producción de bienes y dinero contrapone la Apología del ocio para señalar, como vanidad de vanidades, muchos de los afanes del hombre bajo el sol, tanto en la industria como en la educación e incluso en el arte. A diferencia del fatal pesimismo del autor del Eclesiastés, a Stevenson le preocupa el afán que no permite disfrutar las simples cosas, que tras la soberbia del prestigio, la posesión y el conocimiento impide los goces gratuitos de la vida.
Y si de un oficio se tratara y la elección se aparta de las profesiones rutinarias, Stevenson escribe la Carta a un joven que se propone abrazar la carrera del arte, cuyo prerrequisito es la buena fe y el espíritu lúdico. Advierte que no se debe esperar honores y que la recompensa se hallará en el mismo ejercicio del arte, que tiene el deleite de la creación, privilegio de dioses, por cuanto la posición es de indiferencia ante el pago y la popularidad. Y si de las especialidades del arte la ruta es por la literatura, en Los libros que han influido en mí da las razones para elegir los maestros, y en Un periódico escolar un método de trabajo.
En Aes triplex presenta la alegre aventura de retar la muerte cada día en la vida de los pobres que habitan las empinadas montañas de nuestra geografía sudamericana. No en vano esas mismas tierras dieron un poeta que cantara versos tan desafiantes como el de "juego mi vida, cambio mi vida, de todos modos la llevo perdida...". Burlar la muerte ayuda a vivir con más intensidad. Recuerdo que mi abuela se reía al violar la recomendación médica que le prohibía los dulces y plácidamente saboriaba un pastel de arequipe exhortando las amenazas de un coma diabético. Para los griegos los amados de los dioses mueren jóvenes; Paz dijo que Borges a los 86 años no estaba maduro para morir; lo cierto, a decir de Stevenson es que cualquier edad en que nos alcance la muerte un hombre siempre es joven para morir.

Para enfrentar todas esas vanidades propone como terapia las Caminatas, un ejercicio catártico que redime al hombre de la rutina de las oficinas y de las tiranías del reloj. Tomar un camino cualquiera que lleve al campo, decir adios al ruido de las máquinas y al rumor de las gentes, salir en busca del silencio, del canto de los pájaros, del murmullo del viento y del agua, buscar en la soledad la voz de uno mismo es un acto contemplativo que nos saca del cuadro del mundo para mirar con dulce indiferencia los reinos de la tierra.
Pero es en los ensayos Del enamorarse y en Juego de niños donde Stevenson mejor reflexiona sobre las experiencias ilógicas, de extrañamiento como diría Paz, sobre los asuntos más profundamente humanos que dignifican la vida, momentos del hombre en los que, a decir del maestro, el reino de los cielos incursiona en nuestro trillado y razonable mundo. Saber mantenerse en estos estados privilegiados será la actitud más grata, sensata y heróica para llevar la vida.
La lectura de las ficciones, de la prosa y de la poesía de Stevenson deja siempre una sensación de saludable juventud. Además de concederle la razón por la lucidez de sus ideas, la gracia expresiva de sus palabras nos dan ánimo para asumir con valentía la prosaica vida que podamos llevar.